domingo, 5 de noviembre de 2017

Nosotros los cultos, nosotros los monstruos.

Nosotros los cultos, nosotros los refinados, nosotros los que no nos quedamos con aquellas cosas sencillas que todo mundo quiere. Aquellos que escuchamos rock independiente y comemos comida orgánica y slow food. Nosotros los que leemos los clásicos, la poesía de jóvenes autores transgresores y James Joyce (aunque nunca hayamos terminado de leer el Ulysses). Nosotros los que somos un asqueroso puñado de caqueros desagradables. Y es que el incremento del conocimiento, en muchos casos, hace que el ser humano no mejore en su totalidad sino que se convierta en un terrible monstruo. Por que como me dijeron en su momento, no podemos crecer solamente una arista de nuestra vida puesto que nos convertimos en seres deformes y orgullosos de hacer de menos a aquellos que no llegan al nivel de nuestro deformismo.

Escuchaba a Zoé y su quemadísimo Unplugged y vino a mi cabeza un meme en donde mostraban a una larga lista de bandas independientes, muy buenas por cierto, y luego mostraban a Zoé como una opción wannabe de ellas. Y me dije a mi mismo, ¿Qué hace que una banda sea buena y que me haga mejor que el resto que no las escuchan o no las conocen? Y fue entonces que mi cabeza me dio la respuesta, la necia gana de querer ser mejor que los demás. Por que esto no solo aplica a la música que escuchamos sino a cada pequeño aspecto de nuestras vidas como seres diferentes.

Somos verdaderamente desagradables. ¿Qué nos da la autoridad de desacreditar lo que otros escuchan, leen, ven o comen? ¿Qué nos hace seres superiores y olímpicos para dictar lo que otros deben o no escuchar leer, ver o comer? No digo que mi único referente sea la masa y sus gustos o preferencias masificadas, pero por qué diablos debo ser un dictador que imponga sobre aquellos que aún no han descubierto lo que deben hacer.

Pero, y entonces me pregunto ¿Habrá algún punto medio válido? Creo que sí y es el que siempre debimos haber tomado. El conocimiento, la educación y la formación solo pueden ser consideradas como valiosas y poderosas cuando se supeditan a la humildad y la capacidad de mantenernos asombrados. El saber y conocer no debería convertirme en un snob asquerosamente desagradable sino en alguien que puede transmitir posibilidades de expansión a otros mientras respeta el mismo proceso de desmasificación que deben seguir y que en algún momento seguimos. Por que también nosotros fuimos parte de todo eso que criticamos y quizás por ello es que huimos de forma tan vehemente como lo hacemos ahora.


Se trata de compartir mas, de aprender más, de disfrutar más. No de convertirnos en monstruos igual de totalitarios que aquellos que criticamos.

lunes, 10 de abril de 2017

Epifanía: No soy tu objetivo y no tengo por qué serlo.

Somos seres de costumbres. Del café por la mañana (eso sí, de Starbucks, descafeinado, con leche de soya, edulcorante y saborizante de vainilla francesa), de colocarnos las ropas que nos cubren (eso sí de las tiendas de Paseo Cayalá, o de las “exclusivas” prendas nuevas de Zara, Massimo Dutti o Stradivarius, Arturo Calle y demás que nos obligan a uniformarnos para estar a la altura de aquellos que las vistieron primero), de la carrera de dos kilómetros por la mañana (como buenos runners que somos por que está de moda ser fit y salir a correr con un par de New Balance y ataviados en UnderArmour) y demás mañas. Por que eso son, mañas que nos han inyectado con dulzura y magia para que las creamos como buenas.

Durante décadas se ha creado en la sociedad latinoamericana y sobre todo en la guatemalteca una clara necesidad de no ser parte del montón, de creerse una clase aparte que busca demostrar a todas luces (aunque no exista tal cosa) que se es alguien diferente. Y ese diferente no se refiere solamente a la triste necesidad de querer apartarse de la mara cholera, de la gente corriente, de los pobres (aunque se deba hasta lo que se tiene puesto) sino a enarbolar banderas petulantes en las que ni se cree ni se practica: veganos por que suena cool, feministas en Instagram y Facebook pero machistas en sus propias casas y familias, pro-vida pero apoyan la pena de muerte y otras tantas falsedades que se hacen por “tendencia”. Diferentes que se empecinan cada vez más en ser parte de un uniforme que va más allá de lo que nos ponemos o las propias etiquetas que nos colocamos, diferentes que quieren encajar por obligación, por alienación, por que todos lo hacen, por que es cool.

Y es que el problema no es que me agrade algo, no es que me guste lo que ofrece tal o cual comercio o lo que tal o cual persona diga en alguna red social. El problema es seguirlo sin criterio alguno. Y como dice la fantástica Marta Gómez en su entrevista en Gatos que ladran, “No tenemos criterio, nos han quitado ese derecho...” y es cierto. Hemos perdido la capacidad de discernir entre aquello que de verdad nos gusta y nos llena y seguir aquello que alguien más dice que es bueno (llámese medios, llámese influencers, llámese sociedad, iglesia, industrias, etc, etc, etc).

Nos han hecho creer que tenemos que encajar en los moldes prefabricados hechos para que nos llame la atención algo. Que tenemos que lucir como fulano o fulana de tal en tal anuncio para usar cual prenda de ropa. Que tenemos que actuar como ese idiota para ser aceptados y ser populares. Que tenemos que consumir ese producto para rendir como tal atleta que luce bien pero no tiene el rendimiento en la cancha. Que tenemos que ser alguien que no somos para sentirnos contentos. El problema es que algunos aprenden a ya no sentirse contentos y buscan ser felices.

Tenemos y debemos ejercer el derecho a decidir, a crear nuestro criterio. El derecho a decir que algo popular no me gusta, a actuar tal cual consideremos apropiado, a tener una opinión informada, a crearnos un verdadero criterio. Tenemos derecho a crearnos una identidad que como propia, tampoco tiene por que gustarle a todos pero si que me hará una persona feliz (en la trascendencia) y no solo contenta (en la mediocridad y la pronta temporalidad).

En algún lugar de este espacio llamado internet leí una frase que me fascinó y me hizo abrir los ojos un día y que voy a adaptar esta vez a mi gusto y antojo: “Invertimos tiempo, recursos y ganas que no tenemos en cosas que no necesitamos, para crear impresiones que no durarán, en personas a las que no le importamos.”


No, no soy tu objetivo y tampoco tengo por que serlo.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

La imagen de princesa y su estereotípica invitación a perpetuar la violencia de género

Como grupo social, definitivamente damos vergüenza. Y lo peor del caso es que nos ufanamos de ello y creamos elementos que nos lastiman en lo más profundo y no hacemos más que sentirnos orgullosos de ello.

A propósito del día internacional en contra de la violencia de género me topo en el periódico con la publicidad de una reconocida marca de calzado en el que se anuncia un “Manifiesto Antifeminista” y luego en letras muy pequeñas, “cuando nos conviene”. En este folleto se presentan dos fotografías en las que se hace una apología del comportamiento en el que dos mujeres perpetúan el concepto de la mujer desvalida que necesita que el hombre haga todo por ella. Mujeres que perpetúan la imagen de una persona que vale por su imagen, por las prendas que porta que la hacen más “femenina”. En estas fotografías se perpetúa aquella imagen cincuentera en las que las mujeres no podían ser nada más que amas de casa, mujeres que gastan dinero en prendas y que no pueden hacer nada más que ser “bonitas”.
Aunado a ello se encuentran mensajes tan retrógrados como los siguientes: “Las mujers hacemos todo, pero a veces es bueno olvidarse de la igualdad por un momento.” “Por eso somos feministas hasta que nos toca levantar algo pesado.” “Hasta que necesitamos ayuda con las compras.” “Hasta que nuestros zapatos corren peligro.” Pero el peor de todos estos mensajes es el siguiente “Por eso declaramos unánimamente que las mujeres somo feministas y nos comprometemos siempre furiosamente defender la iguladad pero nos reservamos el derecho de necesitar ser rescatadas cuando nos convenga.”

¿De verdad seguimos haciendo cosas como estas? ¿De verdad queremos mantener en el imaginario colectivo este tipo de pensamientos y comportamientos?

Es preocupante que durante años, muchas mujeres han luchado fuertemente para alcanzar lo poco que se ha logrado en distintas plataformas. Sean estas culturales, económicas, artísticas, políticas, etc. Y ahora resulta que se utilizan campañas que botan a la basura todo aquello por que se ha luchado.

Pero la pregunta es ¿qué tiene que ver algo tan “inocente” con la violencia de género? Todo. Absolutamente todo. Inocente no puede ser algo que sigue enviando mensajes en los que mantenemos la idea de que las mujeres deben convertirse en objetos decorativos, imágenes en las que las mujeres deben mantener un estatus de debilidad ante el macho opresor. Porque la violencia de género no solo implica los golpes ni solo los moretones. De acuerdo a la ONU Mujer y Colectivos sin fronteras, la violencia de género puede clasificarse como Física (golpes y maltratos físicos), Psicológica (aquella que daña el autoestima de la persona -y me encanta el uso del término persona-), Sexual (aquella que se apropia de la sexualidad de la persona), Patrimonial y económica (aquella en la que se apodera de los bienes de la persona) y la más sutil y peligrosa la Simbólica (aquella que refuerza estereotipos y roles). Y es allí donde situaciones como las consecutivas campañas de esta marca de calzados hace cosas que de verdad no debería.

Pero no solo son las campañas publicitarias las que son preocupantes. Las claras imágenes de mujeres sufridas y desvalidas en las telenovelas, las imágenes de mujeres que necesitan de hombres que les maltraten física, verbal y sexualmente para sentirse completas (como en las novelitas absurdas escritas por autores sexualmente frustrados dado es el caso de 50 Sombras de Grey y demás escrituchos por el estilo), los concursos de belleza en los que se muestra a las mujeres como pedazos de carne que exhibir o cosas que se han enraízado en la cultura latinoamericana como las fiestas de quince años (en donde se plantea presentar a las niñas como aptas para conseguir marido). Otra de ellas que me puso muchísimo en qué pensar fue la nueva estrategia mercadológica de una compañía de alimentos en la que supuestamente se estimula el elemento creativo de los niños y desarrollar su imaginación. Astronautas y piratas. Fantástico dije yo, cuando tenía que resurgir el concepto necio y asqueante de “princesas”. ¿Es que acaso las niñas no pueden ser algo más que seres desvalidos que necesitan forzosamente de un hombre que las rescate? ¿Es que una niña no tiene derecho a soñar con zurcar mares y visitar tierras lejanas? ¿Es que acaso una niña no puede verse a si misma como una científica que viaje al espacio y recolecte polvo de estrellas? Seguimos frenando las expectativas de millones de niñas como se frena con riendas a un caballo que sirve solamente para servir al amo todopoderoso (y enfatizo en el masculino, por que pareciera que ser mujer es una obligación de servicio ante los hombres desde su nacimiento).

Seguimos marcando las mentes del conglomerado con marcas a fuego que enaltecen la cultura de la violencia contra la mujer. Y no solo a las mujeres sino a los hombres que buscan mantenerlas. Seguimos creando con los mismos malos moldes con los que nos criaron y pocos hacemos algo para que no cambien las cosas. Seguimos desmoronando las frágiles estructuras que mujeres valientes han logrado crear para otras mujeres que vienen luego de ellas. Nos dedicamos concienzudamente a desmantelar los logros que se han obtenido de maneras sistemáticas y contundentes. Y pareciera que no importa.

Ser mujer en la actualidad no debería ser sinónimo de ser acosada en las calles o de necesitar adquirir productos que no necesita para obtener la afirmación de su ser por parte de otros hombres (o peor aún de otras mujeres). Ser mujer no debería significar por necesidad que fuese necesario sucumbir ante las expectativas vetustas.

No todo es tan inocente como se cree, no todo es tan simple como se espera. Y menos en el mundo publicitario. ¿Por qué aún tenemos miedo de presentar a verdaderas mujeres empoderadas luciendo fantásticas sin necesidad de parecer la secretaria sexy de mala película porno? ¿Por qué aún tenemos miedo de presentar mujeres en toda su plenitud sin necesidad de recurrir al cliché de la madre y el ama de casa? ¿Por qué recurrimos a la bella desvalida como sinónimo del ideal femenino?

Sueño con el día en el que una futbolista sea ensalzada en la televisión por su talento y no por ser mujer. Sueño con el día en el que cada mujer que conozco pueda salir a la calle, vestida como se le de la gana y no sea acosada por nadie ni criticada por otras mujeres. Sueño con el día en el que ningún desgraciado controle el dinero que gana ninguna mujer y ella sea capaz de gastarlo en lo que más le convenga. Sueño con el día en el que no se presenten casos de violencia física ni sexual en contra de mujeres, solo porque el imbécil con el que están necesita perpetuar su ego herido y asegurar con cada golpe su mínima humanidad para acrecentar su machismo.


Hace muchos años, cuando era un estudiante de literatura en la universidad nacional, platiqué con una niña mientras me tomaba un cigarrillo. Es la hija de una amiga que migró. Cuando le pregunté qué quería ser cuando fuese mayor ella me respondió que quería ser maestra como su mamá y como su abuela. Yo le pregunté que por qué y ella me respondió que porque ellas le habían enseñado a ella y a otras niñas que podían ser felices siendo ellas, sin importar lo que decidieran ser. Sonreí y pensé que era una utopía. Luego me di cuenta que no lo era, y empecé a desear que no fuese solo un caso aislado en un mar bravío.

jueves, 13 de agosto de 2015

De la triste vocación de criar princesas y no personas.

Había una vez una princesa que se encontró “presa” en una alta torre, rodeada de hermosos vestidos y joyas invaluables. Esta princesa estaba custodiada por infinidad de guardias que peleaban para que ninguno de los galantes príncipes que buscaban “rescatarla” pudieran cumplir su cometido. Esta princesa se vio en la “necesidad” de abrir varios libros y de escuchar a varias personas para paliar su “soledad”. De pronto se dio cuenta que su mundo no era tan cerrado como creía y que las llaves de las puertas que la encerraban siempre estuvieron a mano. Se dio cuenta que salir de la torre era cada vez más fácil y que no necesitaba ser rescatada. Cada vez que abría más libros, que conocía más personas, que se adentraba más y más al mundo que le rodeaba y sobre todo, que abría su mente y su alma a la vez que sus ojos, más y más verdades aparecían. Hasta que se dio cuenta que no era una frágil princesa que necesitaba de un salvador. Incluso se dio cuenta que ni siquiera era necesario que la llamaran princesa a menos que ella así lo quisiera. Que podían llamarle doctora, ingeniera, poeta, bailarina, astronauta, científica o soñadora. Daba igual, ella podía escoger el cómo las personas que le rodeaban podían llamarle. De pronto se dio cuenta que su forma favorita de llamarle era persona.

Esta historia es la que hubiese querido leerle a mi posible hija, si es que algún día la tuviese. Pero decidí que no seré padre, eso sí, esta historia será leída a cada una de las sobrinas que tenga y a cada uno de los sobrinos que tenga también. Porque ya va siendo hora de que dejemos de creer en el mito de que tenemos que criar princesas.

Durante años, décadas, generaciones y siglos nos hemos acostumbrado a sistemas de transmisión de valores arcaicos que poco tienen que ver con nuestra realidad actual. Y me refiero básicamente a los preceptos impuestos por el machismo tradicional en los que se sigue inculcando a nuestras mujeres a creer que son ciudadanas de tercera o cuarta clase dentro de nuestras sociedades.

Seguimos creyendo que el haber nacido con un pene y unos testículos nos hace más valiosos y por lo tanto líderes y dueños de los destinos de quienes no nacieron con ellos. Pues les cuento mis estimados congéneres, que estamos mal. Verdaderamente mal. Desde los momentos en los que los prehistóricos salían a cazar las bestias (bajo el precepto de que debían ser los más fuertes y aptos), las mujeres iniciaron elementos de investigación y recolección de datos que les permitieron catalogar las bayas comestibles de las venenosas. Las mujeres desarrollaron elementos como la alfarería y la domesticación; las mujeres desarrollaron elementos como la hilandería, las artes y la transmisión del conocimiento. En las grandes culturas mesoamericanas y del área andina se cuenta con registros sobre grandes monarcas y líderes de sus comunidades en dónde el arte y la tecnología florecieron (y las palabras monarcas y líderes deben ser leídas en femenino en esta oración). Pero como muchas cosas y situaciones en este mundo, estas fueron robadas a las mujeres por los hombres. Nos hemos apropiado descaradamente del trabajo que han hecho las mujeres sin darles ni el crédito ni la participación que merecen.

Pensadoras y científicas han logrando colarse en los mundos dominados por los hombres y se les laurea. Pero no deberíamos premiarles por ser mujeres, sino por ser mentes y manos brillantes que tienen las mismas oportunidades que cualquiera de los hombres para alcanzar esas cimas. Pero no es así. El Instituto Nacional de Estadística establece en su conteo para el 2011 (vea usted que incluso en esto estamos atrasados) que el 76.5% de la población está alfabetizada y que del total de mujeres, solo 70.4% está alfabetizada mientras que el 83.5% del total de hombres lo está. Y de ese dato podemos partir para dilucidar cual es la cantidad de mujeres que tienen acceso a la educación, a los puestos de trabajo con remuneración equitativa a la carga de trabajo y demás en esta sociedad. ¿Cómo esperamos que nuestras niñas y jóvenes tengan la oportunidad de colarse en estos mundos si no les permitimos formarse desde sus edades más tempranas? ¿Cómo esperamos que alcancen los sueños que puedan desarrollar si no les brindamos las mismas oportunidades? ¿O es que acaso seguimos creyendo que las mujeres solamente deberían dedicarse a buscar un esposo, dedicarse a sus hijos y encerrarse en sus casas?

Seguimos criando princesas. Seres que se auto denominan frágiles y necesitadas de un príncipe encantador (que resulta siendo el peor de los ogros) que las rescate de su terrible situación para convertirlas en esclavas en otra jaula. Desde pequeñas programamos a nuestras niñas a limitar sus opciones de futuro a ser madres y amas de casa. Porque desde niñas reciben una programación en la que deben cuidar bebés de juguete, cambiar pañales, dar pachas y llevar bebés artificiales en carritos. Se les regalan vajillas y trastesitos, juegos de té y casas de muñecas. Las vestimos de rosado y con moñitos y dibujos de princesas que no pueden ser ellas mismas sino es al lado de un hombre que las complete. En la televisión ven programas en donde las mujeres que aparecen en muchos dibujos animados son lindas y amables princesitas que dependen de hombres. Raramente existen figuras femeninas que se presenten como cualquier otra opción que pueda mostrarles a estas niñas que pueden ser lo que quieran ser. Que pueden soñar alto y alcanzar lo que desean con esfuerzo y deseo. ¿Acaso nos da tanto miedo y lastima tanto nuestro ego como machos de la especie que una hembra sea lo suficientemente fuerte y capaz que nos dirija? ¿Tanto nos preocupa seguir embonando en el mismo molde que hemos perpetuado durante siglos? ¿Tan mala es nuestra programación como hombres que se nos ha cultivado tanto el orgullo que no da paso a que aprendamos de alguien más, mucho menos de una mujer?

Pero no somos solo nosotros, los machos de la especie, quienes perpetuamos ese molde. Nos hemos vuelto tan capaces y hemos perfeccionado tan bien la mentira que incluso las mismas mujeres transmiten el molde y se aseguran que sus congéneres sigan limitando su visión y no se desenfoquen del camino que alguien urdió para ellas.

Nos sorprende que haya candidatas que desean lanzarse a cargos públicos por su condición de mujeres. Debería sorprendernos que fueran personas honradas y dignas las que se lancen, no que sea una mujer o no. Nos sorprende que haya mujeres empoderadas que lideran compañías de tecnología o que manejen incubadoras de negocios que manejan millones de dólares al año en este país. Y ya saben a quienes me refiero. Pero no debería ser así. Nos debería sorprender que sean personas con la cabeza bien abierta, las ideas bien grandes y el valor bien puesto para hacerse cargo de esos programas. No que sean mujeres. Porque no debería sorprendernos que una condición genética haga que tengan lo que tengan. Si al final de cuentas somos tan capaces los unos como las otras. Pero lastimosamente no tenemos las mismas oportunidades y pareciera que nos empecinamos que no se tengan.

Con el tiempo me di cuenta que no todo está perdido y que cada vez hay más mujeres que se salen del redil, que se escapan de la torre y que comprenden que su valía está en ser personas y que sus capacidades las pueden llevar a donde ellas deseen. Conozco escritoras geniales, analistas políticas fascinantes (y no, no me refiero a la canche pendeja esa de la Glow), arqueólogas, médicos, veterinarias, científicas y demás que me recuerdan que existen rebeldes que hacen que mi fe en que algún día las cosas serán diferentes sea posible. Cada una de estas mujeres inspira historias en las que hay princesas que no quieren ser rescatadas, que ellas mismas encontraron la respuesta al dilema de llave de la torre y por sus propios pies tomaron el caballo y cambiaron su destino impuesto por reinas y reyes que ni siquiera conocieron.


Crecí en una familia con una matriarca machista. Mi abuela era fantástica pero machista. Pero la generación de mujeres que le continuó fue cambiando su visión (no solo la de mi abuela sino la de ellas mismas) hasta ser quienes son. Porque fue por ellas que ahora creo que no debemos criar princesas, sino mujeres con las ideas y los sueños bien puestos.

lunes, 10 de agosto de 2015

De abejitas y pajaritos y el cursi intento de no hablar de sexo en Guatemala.

Tras ver un vídeo sobre la necesidad de establecer programas de educación sexual en las escuelas secundarias de Estados Unidos, me doy cuenta que como nación estamos más que en pañales. Y es precisamente porque nosotros como sociedad así lo queremos y así se lo permitimos a quienes nos presentan esos programas.

Entiendo por completo que culturalmente nuestra cultura establece elementos dentro del imaginario de la sexualidad y las prácticas sexuales que hacen que nuestros jóvenes aprendan más rápido en los baños públicos o con el poco conocimiento de sus amigos que de fuentes confiables. Y es que aún somos una sociedad que le apena llamar las cosas por su nombre. Porque si aún nos da pena decir palabras como pene, vulva, vagina, testículos y demás nombres correctos, estamos mal. Aún somos una cultura que necesita llamar a los genitales por nombres que resultan o absurdamente cursis o verdaderamente tontos como “cuquita”(término que detesto), “palomita”, “pajarito”, “el panito”. ¿Por qué? Simple, aún le tenemos una vergüenza terrible a llamar las cosas por su nombre y es porque aún se nos enseña que el sexo es sucio y debería ser clandestino. El sexo sigue siendo algo de lo que no se hable, porque “chish, la gente bien no habla de eso” o peor aún “Dios te ve y sabe los pensamientos que tienes cuando piensas en eso”. Pero desde luego que puede ser sucio si seguimos criando mentalidades como las que ahora mismo tenemos y tienen muchos guatemaltecos. Claro que el sexo seguirá viéndose como algo sucio y pecaminoso si la única visión e información que tienen los niños y adolescentes sobre el sexo son los regaños y sermones que reciben de sus padres y líderes religiosos en dónde se les dice que es un acto que los aleja del Dios a quienes se supone tienen que acercarse.

Muchos de los programas que hay en la actualidad se limitan a presentar a los jóvenes las estadísticas sobre embarazos en la adolescencia y algunas implicaciones sobre enfermedades de transmisión por contacto sexo-genital (que no sexual). Pero eso es lo menos que se puede contraer en estos días. Los embarazos en adolescentes están a la vuelta de la esquina y lo peor es que cada vez son más comunes. El Observatorio de Salud Sexual y Reproductiva, OSAR, estableció que en el primer trimestre de 2014 se presentaron 20,014 embarazos en niñas y adolescentes en Guatemala. ¿Cuántos de estos embarazos llegan a término? ¿Cuál es el riesgo de mortalidad materno – infantil de estos embarazos? ¿Por qué diablos niñas de 9, 10, 11 y doce años están saliendo embarazadas? ¿Es que acaso estos datos no nos aterran como sociedad? Pero la mayoría de estos programas simplemente se enfocan en elementos como la abstinencia y el aprender a decir que no. Dentro de mis trastumbos laborales, fui parte de una ONG que dentro de sus proyectos educativos enseñaba un programa de “sexualidad responsable”. La verdad no era tan malo, pero en ningún momento se les mostraba a los participantes elementos de su verdadera realidad. Era un programa muy bonito, muy estético, muy limpio y muy edulcorado. Muy para niños bien de colegios bien que de todos modos hacen lo que se les da la gana.

Y eso es con respecto a elementos como el embarazo o algunas ETS. ¿Dónde queda el contagio de VIH/SIDA y el Síndrome del Papiloma Humano? ¿Hablamos de eso con nuestros hijos, sobrinos, hermanos, etc? ¿Sabemos al menos qué es qué y cómo se contagia qué? ¿Por qué seguimos creciendo en ambientes mojigatos en donde se demoniza la práctica de una sexualidad sana y responsable? Y como sana y responsable me refiero al hecho de estar informado, de saber los riesgos que corro y las formas en las que puedo prevenirlos (no solo a través de la abstinencia) y tener en cuenta que si decido ser una persona sexualmente activa soy dueño y señor de mis actos y mis decisiones. Porque además de ello es importante hacer notar que tanto hombres sexualmente activos (a los que históricamente se les ha aplaudido el que tengan tantas parejas sexuales como se les de la gana) como mujeres sexualmente activas (a las que históricamente se les ha llamado putas por hacer exactamente lo que hacen miles de hombres) tienen derecho a estar informados para tomar las mejores decisiones que conciernen a su salud y a su estima personal. Nos tomamos más tiempo en enseñarle a las chicas a cómo aprender a vestirse, comportarse y actuar para no ser víctimas de violación en lugar de mostrarle a los patojos que no tienen por qué tomar a la fuerza algo que no les pertenece. Nos tomamos más tiempo haciéndole creer a las jovencitas que valen menos por no llegar vírgenes al matrimonio y no por enseñarles a tomar las decisiones correctas para con sus parejas (independientemente si desean o no ser sexualmente activas). Nos tomamos más tiempo en satanizar la práctica de la masturbación entre los jóvenes en lugar de mostrarles que es un elemento con el cual pueden aprender a conocerse y saber quienes son en su dimensión sexual. Seguimos pensando como si estuviésemos en la Edad Media y eso señores ya pasó hace mucho. Pero pareciera que nos siguen programando para hacerles creer a los que vienen después de nosotros que los miedos y conflictos existenciales, el machismo y demás problemas de personas que ni siquiera conocimos, deben ser heredados por ellos sin saber por qué.

Y ni decir sobre violaciones o abuso sexual infantil. Por que si hablar de una sexualidad sana entre adolescentes sanos es tabú, hablar de los abusos es aún peor. Porque eso también es parte de los elementos que deben ser enseñados y mostrados a nuestros niños y jóvenes. En todos lados, no solo dentro del ambiente familiar sino en todos lados. Se les enseña a confiar en adultos dentro de ambientes como la escuela, la familia y la iglesia. Y a veces esos adultos en los que deben confiar son aquellos quienes los lastiman porque carecen del conocimiento mínimo sobre sus propios cuerpos y sobre su expresión de sexualidad.

Hace algún tiempo se propuso que las instituciones educativas se impartieran cursos obligatorios de educación sexual. Y media Guatemala puso el grito en el cielo. Recuerdo como organizaciones religiosas dijeron que esa era una práctica que debía pertenecer a los padres y que se les estaba robando el derecho que tenían de instruir a sus hijos e hijas en ello y que sus principios religiosos estaban siendo violentados. La verdad es que el texto que se pretendía utilizar no estaba bien elaborado y la gradación de los contenidos estaba mal hecha. Aunado a ello se prendió una campaña en la que se buscaba repartir de manera gratuita y obligatoria anticonceptivos orales y preservativos en las escuelas y centros de salud y la primera dama y muchas organizaciones religiosas se atacaron porque iba en contra de sus principios religiosos y morales y de alguna manera se detuvo la iniciativa. Pero era una primera fase de algo que urge que sea enseñado. Ahora salta a mi cabeza algo importante y es, ¿Por qué ahora que un señor diputado pretende que los estudios bíblicos sean obligatorios muy a pesar de que se tienen distintas interpretaciones de la fe cristiana (para aquellos que la practican) no brincan las señoras católicas y las organizaciones religiosas para evitar algo que también va en contra de su diversidad de credos? Y la respuesta es simple, porque esto no es sucio ni es vergonzoso como el sexo con todas sus letras. Porque como dice John Oliver en su programa “Last Week Tonight”, a diferencia del cálculo, la educación sexual es un tema trascendental que tiene que ser enseñado porque de ello dependerá nuestra vida en decisiones importantes que debemos tomar. ¿Por qué nos quitamos la vida enseñándole a nuestros menores contenidos académicos que en muchos de los casos no harán que su vida dependa de ello pero no les queremos permitir que aprendan de manera apropiada conocimientos trascendentales en su vida como la educación sexual?

Tengo 34 años y me aterra pensar que cuando llegue a los cuarenta, los patojos que recién inicien la pubertad van a seguir teniendo las mismas respuestas a sus miles de inquietudes sexuales que están teniendo los patojos de ahora y que tuvimos los patojos de antes: casi ninguna. Porque seguimos pensando que el sexo es algo de lo que no se debe hablar, porque eso solo hablan las personas que no tienen “moral ni principios”. Pero no, las cosas no deben ser así.

Ya es hora de hacerles entender a los adolescentes y a los niños y niñas, claro en sus niveles de comprensión, las cosas con la verdad y con los nombres que deben tener. Deben saber que sus cuerpos les pertenecen solamente a ellos y que nadie debe hacer con ellos lo que ellos no quieren hacer. Que si deciden ser célibes es porque están seguros que es su decisión y que no debe ser impuesta por nadie ni criticada por nadie. Que si deciden ser sexualmente activos es su decisión y que también debe ser respetada pero que deben ser inteligentes y que deben estar informados. Que una patoja que quiera expresar su sexualidad de manera sana no es una puta, es una mujer que no se restringe a convenciones sociales y que sabe respetarse por quien es. Que si un patojo o una patoja tienen una sexualidad diferente a la heteronormativa, que tienen todo el derecho de ser felices con ello. Que una mujer mayor, en su rol de madre y esposa tiene todo el derecho a decidir espaciar los embarazos que desee tener y a no quedar embarazada si así lo desea. Ya no se trata de “la plática de las abejas y los pajaritos”, no, se trata de SEXO, con todas sus letras e implicaciones.

Además es momento de enfrentar la realidad. Señor, señora, si usted no ha podido hablarle de frente y con honestidad y veracidad a sus hijos sobre sexo, deje entonces que personas que si tienen interés en que sus hijos e hijas tomen decisiones informadas lo hagan por usted. Total, ya le endosó el cheque de formar a sus hijos a los maestros, endóseselo completo y deje que lo hagan mejor que lo que usted lo ha hecho hasta hoy cuando se desentiende de ello. Y no crea que me gusta decírselo, pero creo que alguien tiene que hacerle ver la realidad que usted se empecina en no ver.


Cuando tenía 12 años y regresaba de un sábado en Buenaventura con mi familia, mi mamá me dijo que cuando llegásemos a casa me daría un libro que quería que leyera. Y lo hice. En aquel entonces mi mamá era una progresista al enfrentar el tema de hablar de sexo con su hijo siendo ella una madre soltera. Lo recuerdo con mucho afecto pero me dejó con varias dudas y me costaba mucho preguntar. Luego mi fantástico abuelo me dio un libro más pesado aún. Otro progresista. Yo tendría 13 años y tenía el conocimiento teórico sobre el sexo. Me hubiese gustado que en lugar de conocerlo así, me lo hubiesen explicado despacito como lo que es, como algo natural, mientras nos comíamos un helado con mi mamá. Esos que siempre resolvieron las preguntas más complejas del mundo.

sábado, 4 de julio de 2015

No solo de pan vive el hombre y no solo con presidentes se forma un gobierno.

Después de contar la publicidad que cierto individuo está realizando en los medios nacionales, haciendo valer su berrinche al querer ser el próximo presidente del país, me doy cuenta de cómo nuestra democracia no ha caminado más que muy pequeños pasos desde que se instauraron los gobiernos democráticos civiles.

Y me parece interesante la dinámica de los procesos electorales y las campañas que realizan los partidos políticos en este país. No han cambiado desde la llegada de los españoles a tierras americanas, por mucho que nos intentemos preciar de ser un pueblo con años de adelanto. Seguimos siendo engañados de la misma manera, seguimos siendo indoctrinados de la misma forma, se nos sigue comprando la voluntad de la misma manera. Y pareciera que es la forma más efectiva de ganar adeptos. Entre comentarios que he escuchado que brincan desde “Hay que votar por Sandra en lugar de Baldizón porque da mejores frijoles en la bolsa.” hasta “A todos los participantes en la reunión se les regalarán zapatos de Bullocks.” me hacen cuestionar si el valor del voto es tan bajo que lo puedo cambiar por una bolsa de víveres. Pero ese es otro punto que tocaré en otra catarsis.

Como pueblo hemos dejado que las decisiones más importantes sean tomadas por otros, incluso las decisiones de conocer el poder que representa cada una de las personas que escogemos en los comicios electorales. Y es que nos hemos acostumbrado a ver las marcas personales de los presidenciables como las únicas personas a las que deberíamos conocer y reconocer que se nos olvida que el mayor representante del pueblo es su Congreso. Si bien es cierto que la figura del presidente tiene vital importancia dentro de los procesos gubernamentales, la figura del diputado es tan relevante como la primera. Los diputados son aquellas personas que representan los intereses de cada una de las comunidades por las cuales se postulan. Además de ello, cada uno de los candidatos a una curul son aquellos que no solo realizan las propuestas de ley sino que pueden, como representantes del pueblo de Guatemala realizar los procesos que garanticen el buen funcionamiento de cada una de las instituciones. Si de verdad tuviésemos un congreso lleno de personas que posean la “honorabilidad y deseo de cambiar el país” no tendríamos que haber recurrido a movimientos como JusticiaYa o RenunciaYa, porque ellos mismos hubiesen realizado las cosas como deberían ser.

Pero acá empieza una larga letanía de dolencias que componen el triste imaginario de la figura del diputado nacional. No hace falta ser un experto en ciencia política para comprender que muchos de estos individuos están donde están porque es un chance fantástico. Se llega cuando se les da la gana o cuando más les interesa, se recibe un sueldo soñado para alguien que no tiene (en la gran mayoría de los casos) la preparación académica mínima para comprender lo que de verdad es una ley (caso contrario no se necesitarían cantidades navegables de asesores que hagan el chance por el cual se le está pagando), y no digamos el apabullante poder de controlar los destinos de millones de guatemaltecos al promulgar leyes (cuando les conviene que pasen) o comprar voluntades.

De ese lugar en el centro del Centro, ese mismo en donde se realizan marchas y plantones, en donde debo pasar cada vez que intento llegar a un curso en el cual puedo aprender sobre como iniciar una microempresa, es de donde debería emerger propuestas que cambien por completo el país y al cual cada uno de los niños que ahora estudia en cada centro educativo debería aspirar a conocer a sus miembros para convertirlos en sus modelos a seguir. Pero no por ser rateros, haraganes, corruptos, mentirosos y demás flores que adornan su jardín, sino porque deberían ser aquellas personalidades que trabajen por lo que de verdad les motiva a iniciarse en la política (y no me refiero al enriquecimiento fácil o a los nexos con figuras de peor talante que las de ellos), sino a cambiar el país.
¿Cuántos de estos “representantes del pueblo” de verdad conocen de donde vienen? ¿Cuántos de estos “honorables” personajes tienen la capacidad de entender lo que conlleva su cargo y sus responsabilidades? ¿Cuántos de estos personajes llegan al menos a trabajar a las sesiones ordinarias en su totalidad?

¿Se ha preguntado usted porqué es que se realiza el circo del Congreso antes del proceso del 14 a las 14:00? Simple, porque se supone que es el pueblo de Guatemala el que le confiere los honores y las responsabilidades, a través del Congreso de la República, al jefe del poder ejecutivo. ¿Entiende ahora que ese gentío que muchas veces ni siquiera conoce que aparece en las papeletas de los votos para diputaciones son a los que usted le está dando un poder casi incalculable?

Si bien es cierto que cualquier persona puede acceder a postularse al cargo de diputado, mi pregunta cada vez que veo la foto de los nuevos personajes que se postulan es “¿Está preparado para lo que de verdad debe hacer? ¿O es que solo es alguien más con la astucia en niveles sorprendentes que logró conseguir las firmas y el financiamiento para hacerse de más plata?” Y no digamos ese elemento que pareciera un acuerdo tácito entre el pueblo ignorante y sus representantes al congreso: eternicemos a aquellos a los que criticamos, démosle la oportunidad de tener sueldos vitalicios, al final de cuentas es preferible viejo conocido que nuevo por conocer. Dentro de las tantas personas que me encuentro en estos viajes como ciudadano de a pie, he escuchado comentarios emitidos por personas que se han entrevistado con diputados que han dicho, y cito”Yo llevo 20 años en el congreso y el día que yo me retire, es mi hijo quien se va a quedar con mi puesto. Porque aquí quien manda soy yo.”

Me asusta pensar que no comprendamos el poder que le conferimos a personas que desconocemos por completo. Me preocupa que cada día sean menos las personas que tienen formado un juicio crítico y busquen conocer a quienes los representarán. Porque debates presidenciales hay, pero y los ciento ochenta y tantos que van a parar a donde se generan las leyes ¿quién hace que estos individuos presenten algo?. Y digo ciento ochenta y tantos porque habría que validar el número con los datos de población del INE, porque por si no sabía existe una razón de diputaciones acorde a la cantidad de habitantes en el país. Algo que es por demás absurdo porque no porque hayan más personas tendría que haber más ladrones de cuello blanco. Los que están han demostrado que cometen errores garrafales, imaginémonos cuantos más y más grandes harán más de la misma calaña.

Deténgase un día de estos frente al Congreso de la República y piense por un momento si conoce usted a los diputados por los que votó en el proceso anterior, si conoce por los que podría votar en este y si esas personas tienen las capacidades reales para estar allí.


La última vez que lo hice, venía comiéndome unas manías con sal y limón y las respuestas que generó mi cerebro hicieron que supieran amargas, duras y rancias. Como la realidad de este país.

jueves, 2 de julio de 2015

Buena educación que le llaman...

Dentro de los rituales sociales más complejos que debemos cumplir los humanos en las mal llamadas sociedades democráticas, está el proceso del ejercicio del voto.

No soy un politólogo, líbrame cielo del Valle de Guatemala en intentar siquiera llamarme a mi mismo de esa manera. Soy un hombre que tiene que pagar su quetzal para subirse a un bus (o dos después de las cinco y media de la tarde) pero soy alguien a quien su abuelo le creó un juicio crítico y a quien las oportunidades le obligan a ser ridículamente shute en sus trayectos (a falta de un par de auriculares).

Más allá de que simpaticemos o no con ciertos grupos políticos, es importante analizar elementos que pocas veces se toman en consideración. Y es que como guatemaltecos estamos acostumbrados a ser bombardeados con cancioncitas, bolsas solidarias (cada vez más creativas) y una cantidad absurda de plástico y papel durante las campañas que debería de dar vergüenza. Porque esas cantidades de papel y plástico que terminan en la basura (además de las vallas y el metal que también se utiliza) pero que han sido financiadas con dinero que bien podría haber sido utilizado para otros fines. Pero no es de eso de lo que quiero escribir hoy, sino de esos detalles que se pasan por alto.

No quiero entrar en puntos redundantes como si la visión redentora marroquineana y fuera de lugar de cierta señorita de cuyo nombre no quiero ni recordarme (muy conocida como La Glow) es válida en este país, pero sí en detalles de trascendental importancia.

En uno de mis tantos viajes de a pie (o más bien en el autobus del transporte urbano), me topé con una conversación entre dos personas en las que se exaltaban las virtudes de Alfonso Portillo y Zuri Ríos. Mi primera reacción ante tales argumentos fue, “¿De verdad están diciendo lo que dicen?”, y no pude evitar alargar mi viaje con tal de seguir escuchando. Shute, sí, absurdamente metiche, pero eso me hizo pensar en cómo el guatemalteco común y corriente entiende la diferencia entre formación académica y educación. Estas dos personas hablaban del doctor Alfonso Portillo como el presidente más querido y que “más ha hecho por el país”. Y de la magister Zury Ríos como una digna representante de las mujeres, “tan chula y tan educada.” Mi cabeza seguía creando hilos conductores y me preguntaba: “¿Se les olvidó tan pronto que el tipo este acaba de salir preso por corrupto?”, “¿Se les está olvidando que esta señora tiene la formación de un tipo maquiavélico y calculador?”. Uno de sus argumentos centrales se basaba en “Pero mire usté, esta es gente bien preparada, no son cualquier cosa, es gente bien educada.” Y me dije a mi mismo, “¿De verdad somos capaces como pueblo de separar los conceptos de formación académica y buena educación?” La respuesta fue por demás sencilla, no. Y me asusté.

Una cosa es que ambos personajes tengan formaciones académicas envidiables, porque objetivamente tengo que aceptar que ambos han sido formados en elementos que marcan a dos mentes brillantes y cuyo paso por las aulas les entrenó de manera formidable. Y no me refiero a que sus títulos los precedan, sino que verdaderamente poseen el conocimiento en sus respectivas áreas. Del señor Portillo puedo hablar que tiene un bagaje cultural por demás exquisito. Un ejemplo de ello son las bibliotecas presidenciales que fueron otorgadas a distintos centros educativos públicos (con ejemplares que ya quisiera tener en mi casa y que están guardando polvo o que nunca han sido abiertos en estos establecimientos, y lo sé porque en mi paso por cierta ONG pude verificarlo). Pero es allí mismo en donde puedo basar mi punto. Un hombre que tiene el conocimiento y la amplitud cultural que tiene, otorgó textos por demás elevados al nivel de conocimientos de muchos maestros del país. Textos de Saramago y ensayos como “El Valor de Educar” de Fernando Savater componen dicha Biblioteca Presidencial Para La Paz. ¿De verdad fueron leídos? ¿Fueron realmente textos adecuados para el público al que fueron enviados? ¿O solo fue una pantalla para destinar fondos que seguramente también se embolsaron muchos dentro de una larga cadena de actores? El hecho que Portillo conozca la obra de Akira Kurosawa poco tiene que ver con su verdadera capacidad como líder. El hecho de que este señor tenga la capacidad de mover masas con sus discursos atractivos y su correcto uso de las palabras poco tiene que ver con el correcto conocimiento del manejo de los recursos o mejor aún con las intensiones correctas de establecer políticas de mejoramiento para el país.

Y de la magister Ríos, digamos que es necesario considerar muy detenidamente el dicho de “dime con quién andas y te diré quien eres.”

Porque también es importante mencionar que ambos personajes ya pasaron no una, sino varias veces por las curules del Congreso de la República. Ese que debería ser la máxima representación del pueblo de Guatemala. Ese en el que los representantes deberían, por obligatoriedad tener dos cosas: la formación necesaria y la “buena educación” para saber hacia donde dirigir las leyes que mejorarán la situación nacional. Pero poco bueno se ha visto salir de los circos que se montan en dicho lugar. Y del cual ambos personajes fueron parte.

Se ha criticado mucho a los personajes políticos que llegan a lugares alejados y proveen de bolsas de víveres, zapatos y demás (porque también del señor dueño de Bullocks quiero hablar, pero ese es otro tema); pero poco se ha dicho de aquellos que teniendo las herramientas, las utilizan para hacer maravillas con su billetera o sus intereses.

¿Seguimos en pleno siglo XXI pensando que un cartón significa precisamente que las personas son capaces de dirigir una nación? ¿Seguimos considerando que los discursos bien elaborados y las palabras oportunas son parte de las correctas intenciones? ¿Se nos ha olvidado que el poder corrompe?

La buena educación no incluye solamente la formación académica, sino un sinfín de elementos a considerar: liderazgo asertivo, planificación gubernamental efectiva, deseo desinteresado de generar puntos de cambio para la problemática actual (y es que yo sigo creyendo en el absurdo platónico de que los cargos más altos deberían de ganar un sueldo mínimo, porque como ellos mismos lo dicen en sus campañas “Lo hago por amor a Guatemala” ¡Entonces hágalo con todo lo que ello implica!).

¿Pero cómo podemos medir eso en nuestros cartones de lotería, esos que nos dan junto a un crayón de cera antes de votar?


Es mucho pedir que ambas cosas, la buena educación y la formación académica se puedan dar en conjunto en un político, y menos en este país en donde la ley del más cabrón es la que prevalece. Pero sigo creyendo que es posible no que ellos lo tengan, pero sí que nosotros como ciudadanos podamos cuestionar cada uno de los perfiles de estas personas y hagamos un análisis crítico de a quienes les cedemos el privilegio de representarnos. Y de enriquecerse con el dinero que tanto nos cuesta ganar.