Tras ver un vídeo sobre la necesidad
de establecer programas de educación sexual en las escuelas
secundarias de Estados Unidos, me doy cuenta que como nación estamos
más que en pañales. Y es precisamente porque nosotros como
sociedad así lo queremos y así se lo permitimos a quienes nos
presentan esos programas.
Entiendo por completo que culturalmente
nuestra cultura establece elementos dentro del imaginario de la
sexualidad y las prácticas sexuales que hacen que nuestros jóvenes
aprendan más rápido en los baños públicos o con el poco
conocimiento de sus amigos que de fuentes confiables. Y es que aún
somos una sociedad que le apena llamar las cosas por su nombre.
Porque si aún nos da pena decir palabras como pene, vulva, vagina,
testículos y demás nombres correctos, estamos mal. Aún somos una
cultura que necesita llamar a los genitales por nombres que resultan
o absurdamente cursis o verdaderamente tontos como “cuquita”(término
que detesto), “palomita”, “pajarito”, “el panito”. ¿Por
qué? Simple, aún le tenemos una vergüenza terrible a llamar las
cosas por su nombre y es porque aún se nos enseña que el sexo es
sucio y debería ser clandestino. El sexo sigue siendo algo de lo
que no se hable, porque “chish, la gente bien no habla de eso” o
peor aún “Dios te ve y sabe los pensamientos que tienes cuando
piensas en eso”. Pero desde luego que puede ser sucio si seguimos
criando mentalidades como las que ahora mismo tenemos y tienen muchos
guatemaltecos. Claro que el sexo seguirá viéndose como algo sucio
y pecaminoso si la única visión e información que tienen los niños
y adolescentes sobre el sexo son los regaños y sermones que reciben
de sus padres y líderes religiosos en dónde se les dice que es un
acto que los aleja del Dios a quienes se supone tienen que acercarse.
Muchos de los programas que hay en la
actualidad se limitan a presentar a los jóvenes las estadísticas
sobre embarazos en la adolescencia y algunas implicaciones sobre
enfermedades de transmisión por contacto sexo-genital (que no
sexual). Pero eso es lo menos que se puede contraer en estos días.
Los embarazos en adolescentes están a la vuelta de la esquina y lo
peor es que cada vez son más comunes. El Observatorio de Salud
Sexual y Reproductiva, OSAR, estableció que en el primer trimestre
de 2014 se presentaron 20,014 embarazos en niñas y adolescentes en
Guatemala. ¿Cuántos de estos embarazos llegan a término? ¿Cuál
es el riesgo de mortalidad materno – infantil de estos embarazos?
¿Por qué diablos niñas de 9, 10, 11 y doce años están saliendo
embarazadas? ¿Es que acaso estos datos no nos aterran como sociedad?
Pero la mayoría de estos programas simplemente se enfocan en
elementos como la abstinencia y el aprender a decir que no. Dentro
de mis trastumbos laborales, fui parte de una ONG que dentro de sus
proyectos educativos enseñaba un programa de “sexualidad
responsable”. La verdad no era tan malo, pero en ningún momento
se les mostraba a los participantes elementos de su verdadera
realidad. Era un programa muy bonito, muy estético, muy limpio y
muy edulcorado. Muy para niños bien de colegios bien que de todos
modos hacen lo que se les da la gana.
Y eso es con respecto a elementos como
el embarazo o algunas ETS. ¿Dónde queda el contagio de VIH/SIDA y
el Síndrome del Papiloma Humano? ¿Hablamos de eso con nuestros
hijos, sobrinos, hermanos, etc? ¿Sabemos al menos qué es qué y
cómo se contagia qué? ¿Por qué seguimos creciendo en ambientes
mojigatos en donde se demoniza la práctica de una sexualidad sana y
responsable? Y como sana y responsable me refiero al hecho de estar
informado, de saber los riesgos que corro y las formas en las que
puedo prevenirlos (no solo a través de la abstinencia) y tener en
cuenta que si decido ser una persona sexualmente activa soy dueño y
señor de mis actos y mis decisiones. Porque además de ello es
importante hacer notar que tanto hombres sexualmente activos (a los
que históricamente se les ha aplaudido el que tengan tantas parejas
sexuales como se les de la gana) como mujeres sexualmente activas (a
las que históricamente se les ha llamado putas por hacer exactamente
lo que hacen miles de hombres) tienen derecho a estar informados para
tomar las mejores decisiones que conciernen a su salud y a su estima
personal. Nos tomamos más tiempo en enseñarle a las chicas a cómo
aprender a vestirse, comportarse y actuar para no ser víctimas de
violación en lugar de mostrarle a los patojos que no tienen por qué
tomar a la fuerza algo que no les pertenece. Nos tomamos más tiempo
haciéndole creer a las jovencitas que valen menos por no llegar
vírgenes al matrimonio y no por enseñarles a tomar las decisiones
correctas para con sus parejas (independientemente si desean o no ser
sexualmente activas). Nos tomamos más tiempo en satanizar la
práctica de la masturbación entre los jóvenes en lugar de
mostrarles que es un elemento con el cual pueden aprender a conocerse
y saber quienes son en su dimensión sexual. Seguimos pensando como
si estuviésemos en la Edad Media y eso señores ya pasó hace mucho.
Pero pareciera que nos siguen programando para hacerles creer a los
que vienen después de nosotros que los miedos y conflictos
existenciales, el machismo y demás problemas de personas que ni
siquiera conocimos, deben ser heredados por ellos sin saber por qué.
Y ni decir sobre violaciones o abuso
sexual infantil. Por que si hablar de una sexualidad sana entre
adolescentes sanos es tabú, hablar de los abusos es aún peor.
Porque eso también es parte de los elementos que deben ser enseñados
y mostrados a nuestros niños y jóvenes. En todos lados, no solo
dentro del ambiente familiar sino en todos lados. Se les enseña a
confiar en adultos dentro de ambientes como la escuela, la familia y
la iglesia. Y a veces esos adultos en los que deben confiar son
aquellos quienes los lastiman porque carecen del conocimiento mínimo
sobre sus propios cuerpos y sobre su expresión de sexualidad.
Hace algún tiempo se propuso que las
instituciones educativas se impartieran cursos obligatorios de
educación sexual. Y media Guatemala puso el grito en el cielo.
Recuerdo como organizaciones religiosas dijeron que esa era una
práctica que debía pertenecer a los padres y que se les estaba
robando el derecho que tenían de instruir a sus hijos e hijas en
ello y que sus principios religiosos estaban siendo violentados. La
verdad es que el texto que se pretendía utilizar no estaba bien
elaborado y la gradación de los contenidos estaba mal hecha. Aunado
a ello se prendió una campaña en la que se buscaba repartir de
manera gratuita y obligatoria anticonceptivos orales y preservativos
en las escuelas y centros de salud y la primera dama y muchas
organizaciones religiosas se atacaron porque iba en contra de sus
principios religiosos y morales y de alguna manera se detuvo la
iniciativa. Pero era una primera fase de algo que urge que sea
enseñado. Ahora salta a mi cabeza algo importante y es, ¿Por qué
ahora que un señor diputado pretende que los estudios bíblicos sean
obligatorios muy a pesar de que se tienen distintas interpretaciones
de la fe cristiana (para aquellos que la practican) no brincan las
señoras católicas y las organizaciones religiosas para evitar algo
que también va en contra de su diversidad de credos? Y la respuesta
es simple, porque esto no es sucio ni es vergonzoso como el sexo con
todas sus letras. Porque como dice John Oliver en su programa “Last
Week Tonight”, a diferencia del cálculo, la educación sexual es
un tema trascendental que tiene que ser enseñado porque de ello
dependerá nuestra vida en decisiones importantes que debemos tomar.
¿Por qué nos quitamos la vida enseñándole a nuestros menores
contenidos académicos que en muchos de los casos no harán que su
vida dependa de ello pero no les queremos permitir que aprendan de
manera apropiada conocimientos trascendentales en su vida como la
educación sexual?
Tengo 34 años y me aterra pensar que
cuando llegue a los cuarenta, los patojos que recién inicien la
pubertad van a seguir teniendo las mismas respuestas a sus miles de
inquietudes sexuales que están teniendo los patojos de ahora y que
tuvimos los patojos de antes: casi ninguna. Porque seguimos
pensando que el sexo es algo de lo que no se debe hablar, porque eso
solo hablan las personas que no tienen “moral ni principios”.
Pero no, las cosas no deben ser así.
Ya es hora de hacerles entender a los
adolescentes y a los niños y niñas, claro en sus niveles de
comprensión, las cosas con la verdad y con los nombres que deben
tener. Deben saber que sus cuerpos les pertenecen solamente a ellos
y que nadie debe hacer con ellos lo que ellos no quieren hacer. Que
si deciden ser célibes es porque están seguros que es su decisión
y que no debe ser impuesta por nadie ni criticada por nadie. Que si
deciden ser sexualmente activos es su decisión y que también debe
ser respetada pero que deben ser inteligentes y que deben estar
informados. Que una patoja que quiera expresar su sexualidad de
manera sana no es una puta, es una mujer que no se restringe a
convenciones sociales y que sabe respetarse por quien es. Que si un
patojo o una patoja tienen una sexualidad diferente a la
heteronormativa, que tienen todo el derecho de ser felices con ello.
Que una mujer mayor, en su rol de madre y esposa tiene todo el
derecho a decidir espaciar los embarazos que desee tener y a no
quedar embarazada si así lo desea. Ya no se trata de “la plática
de las abejas y los pajaritos”, no, se trata de SEXO, con todas sus
letras e implicaciones.
Además es momento de enfrentar la
realidad. Señor, señora, si usted no ha podido hablarle de frente
y con honestidad y veracidad a sus hijos sobre sexo, deje entonces
que personas que si tienen interés en que sus hijos e hijas tomen
decisiones informadas lo hagan por usted. Total, ya le endosó el
cheque de formar a sus hijos a los maestros, endóseselo completo y
deje que lo hagan mejor que lo que usted lo ha hecho hasta hoy cuando
se desentiende de ello. Y no crea que me gusta decírselo, pero creo
que alguien tiene que hacerle ver la realidad que usted se empecina
en no ver.
Cuando tenía 12 años y regresaba de
un sábado en Buenaventura con mi familia, mi mamá me dijo que
cuando llegásemos a casa me daría un libro que quería que leyera.
Y lo hice. En aquel entonces mi mamá era una progresista al
enfrentar el tema de hablar de sexo con su hijo siendo ella una madre
soltera. Lo recuerdo con mucho afecto pero me dejó con varias dudas
y me costaba mucho preguntar. Luego mi fantástico abuelo me dio un
libro más pesado aún. Otro progresista. Yo tendría 13 años y
tenía el conocimiento teórico sobre el sexo. Me hubiese gustado
que en lugar de conocerlo así, me lo hubiesen explicado despacito
como lo que es, como algo natural, mientras nos comíamos un helado
con mi mamá. Esos que siempre resolvieron las preguntas más
complejas del mundo.
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