jueves, 13 de agosto de 2015

De la triste vocación de criar princesas y no personas.

Había una vez una princesa que se encontró “presa” en una alta torre, rodeada de hermosos vestidos y joyas invaluables. Esta princesa estaba custodiada por infinidad de guardias que peleaban para que ninguno de los galantes príncipes que buscaban “rescatarla” pudieran cumplir su cometido. Esta princesa se vio en la “necesidad” de abrir varios libros y de escuchar a varias personas para paliar su “soledad”. De pronto se dio cuenta que su mundo no era tan cerrado como creía y que las llaves de las puertas que la encerraban siempre estuvieron a mano. Se dio cuenta que salir de la torre era cada vez más fácil y que no necesitaba ser rescatada. Cada vez que abría más libros, que conocía más personas, que se adentraba más y más al mundo que le rodeaba y sobre todo, que abría su mente y su alma a la vez que sus ojos, más y más verdades aparecían. Hasta que se dio cuenta que no era una frágil princesa que necesitaba de un salvador. Incluso se dio cuenta que ni siquiera era necesario que la llamaran princesa a menos que ella así lo quisiera. Que podían llamarle doctora, ingeniera, poeta, bailarina, astronauta, científica o soñadora. Daba igual, ella podía escoger el cómo las personas que le rodeaban podían llamarle. De pronto se dio cuenta que su forma favorita de llamarle era persona.

Esta historia es la que hubiese querido leerle a mi posible hija, si es que algún día la tuviese. Pero decidí que no seré padre, eso sí, esta historia será leída a cada una de las sobrinas que tenga y a cada uno de los sobrinos que tenga también. Porque ya va siendo hora de que dejemos de creer en el mito de que tenemos que criar princesas.

Durante años, décadas, generaciones y siglos nos hemos acostumbrado a sistemas de transmisión de valores arcaicos que poco tienen que ver con nuestra realidad actual. Y me refiero básicamente a los preceptos impuestos por el machismo tradicional en los que se sigue inculcando a nuestras mujeres a creer que son ciudadanas de tercera o cuarta clase dentro de nuestras sociedades.

Seguimos creyendo que el haber nacido con un pene y unos testículos nos hace más valiosos y por lo tanto líderes y dueños de los destinos de quienes no nacieron con ellos. Pues les cuento mis estimados congéneres, que estamos mal. Verdaderamente mal. Desde los momentos en los que los prehistóricos salían a cazar las bestias (bajo el precepto de que debían ser los más fuertes y aptos), las mujeres iniciaron elementos de investigación y recolección de datos que les permitieron catalogar las bayas comestibles de las venenosas. Las mujeres desarrollaron elementos como la alfarería y la domesticación; las mujeres desarrollaron elementos como la hilandería, las artes y la transmisión del conocimiento. En las grandes culturas mesoamericanas y del área andina se cuenta con registros sobre grandes monarcas y líderes de sus comunidades en dónde el arte y la tecnología florecieron (y las palabras monarcas y líderes deben ser leídas en femenino en esta oración). Pero como muchas cosas y situaciones en este mundo, estas fueron robadas a las mujeres por los hombres. Nos hemos apropiado descaradamente del trabajo que han hecho las mujeres sin darles ni el crédito ni la participación que merecen.

Pensadoras y científicas han logrando colarse en los mundos dominados por los hombres y se les laurea. Pero no deberíamos premiarles por ser mujeres, sino por ser mentes y manos brillantes que tienen las mismas oportunidades que cualquiera de los hombres para alcanzar esas cimas. Pero no es así. El Instituto Nacional de Estadística establece en su conteo para el 2011 (vea usted que incluso en esto estamos atrasados) que el 76.5% de la población está alfabetizada y que del total de mujeres, solo 70.4% está alfabetizada mientras que el 83.5% del total de hombres lo está. Y de ese dato podemos partir para dilucidar cual es la cantidad de mujeres que tienen acceso a la educación, a los puestos de trabajo con remuneración equitativa a la carga de trabajo y demás en esta sociedad. ¿Cómo esperamos que nuestras niñas y jóvenes tengan la oportunidad de colarse en estos mundos si no les permitimos formarse desde sus edades más tempranas? ¿Cómo esperamos que alcancen los sueños que puedan desarrollar si no les brindamos las mismas oportunidades? ¿O es que acaso seguimos creyendo que las mujeres solamente deberían dedicarse a buscar un esposo, dedicarse a sus hijos y encerrarse en sus casas?

Seguimos criando princesas. Seres que se auto denominan frágiles y necesitadas de un príncipe encantador (que resulta siendo el peor de los ogros) que las rescate de su terrible situación para convertirlas en esclavas en otra jaula. Desde pequeñas programamos a nuestras niñas a limitar sus opciones de futuro a ser madres y amas de casa. Porque desde niñas reciben una programación en la que deben cuidar bebés de juguete, cambiar pañales, dar pachas y llevar bebés artificiales en carritos. Se les regalan vajillas y trastesitos, juegos de té y casas de muñecas. Las vestimos de rosado y con moñitos y dibujos de princesas que no pueden ser ellas mismas sino es al lado de un hombre que las complete. En la televisión ven programas en donde las mujeres que aparecen en muchos dibujos animados son lindas y amables princesitas que dependen de hombres. Raramente existen figuras femeninas que se presenten como cualquier otra opción que pueda mostrarles a estas niñas que pueden ser lo que quieran ser. Que pueden soñar alto y alcanzar lo que desean con esfuerzo y deseo. ¿Acaso nos da tanto miedo y lastima tanto nuestro ego como machos de la especie que una hembra sea lo suficientemente fuerte y capaz que nos dirija? ¿Tanto nos preocupa seguir embonando en el mismo molde que hemos perpetuado durante siglos? ¿Tan mala es nuestra programación como hombres que se nos ha cultivado tanto el orgullo que no da paso a que aprendamos de alguien más, mucho menos de una mujer?

Pero no somos solo nosotros, los machos de la especie, quienes perpetuamos ese molde. Nos hemos vuelto tan capaces y hemos perfeccionado tan bien la mentira que incluso las mismas mujeres transmiten el molde y se aseguran que sus congéneres sigan limitando su visión y no se desenfoquen del camino que alguien urdió para ellas.

Nos sorprende que haya candidatas que desean lanzarse a cargos públicos por su condición de mujeres. Debería sorprendernos que fueran personas honradas y dignas las que se lancen, no que sea una mujer o no. Nos sorprende que haya mujeres empoderadas que lideran compañías de tecnología o que manejen incubadoras de negocios que manejan millones de dólares al año en este país. Y ya saben a quienes me refiero. Pero no debería ser así. Nos debería sorprender que sean personas con la cabeza bien abierta, las ideas bien grandes y el valor bien puesto para hacerse cargo de esos programas. No que sean mujeres. Porque no debería sorprendernos que una condición genética haga que tengan lo que tengan. Si al final de cuentas somos tan capaces los unos como las otras. Pero lastimosamente no tenemos las mismas oportunidades y pareciera que nos empecinamos que no se tengan.

Con el tiempo me di cuenta que no todo está perdido y que cada vez hay más mujeres que se salen del redil, que se escapan de la torre y que comprenden que su valía está en ser personas y que sus capacidades las pueden llevar a donde ellas deseen. Conozco escritoras geniales, analistas políticas fascinantes (y no, no me refiero a la canche pendeja esa de la Glow), arqueólogas, médicos, veterinarias, científicas y demás que me recuerdan que existen rebeldes que hacen que mi fe en que algún día las cosas serán diferentes sea posible. Cada una de estas mujeres inspira historias en las que hay princesas que no quieren ser rescatadas, que ellas mismas encontraron la respuesta al dilema de llave de la torre y por sus propios pies tomaron el caballo y cambiaron su destino impuesto por reinas y reyes que ni siquiera conocieron.


Crecí en una familia con una matriarca machista. Mi abuela era fantástica pero machista. Pero la generación de mujeres que le continuó fue cambiando su visión (no solo la de mi abuela sino la de ellas mismas) hasta ser quienes son. Porque fue por ellas que ahora creo que no debemos criar princesas, sino mujeres con las ideas y los sueños bien puestos.

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