Había una vez una
princesa que se encontró “presa” en una alta torre, rodeada de
hermosos vestidos y joyas invaluables. Esta princesa estaba
custodiada por infinidad de guardias que peleaban para que ninguno de
los galantes príncipes que buscaban “rescatarla” pudieran
cumplir su cometido. Esta princesa se vio en la “necesidad” de
abrir varios libros y de escuchar a varias personas para paliar su
“soledad”. De pronto se dio cuenta que su mundo no era tan
cerrado como creía y que las llaves de las puertas que la encerraban
siempre estuvieron a mano. Se dio cuenta que salir de la torre era
cada vez más fácil y que no necesitaba ser rescatada. Cada vez que
abría más libros, que conocía más personas, que se adentraba más
y más al mundo que le rodeaba y sobre todo, que abría su mente y su
alma a la vez que sus ojos, más y más verdades aparecían. Hasta
que se dio cuenta que no era una frágil princesa que necesitaba de
un salvador. Incluso se dio cuenta que ni siquiera era necesario que
la llamaran princesa a menos que ella así lo quisiera. Que podían
llamarle doctora, ingeniera, poeta, bailarina, astronauta, científica
o soñadora. Daba igual, ella podía escoger el cómo las personas
que le rodeaban podían llamarle. De pronto se dio cuenta que su
forma favorita de llamarle era persona.
Esta historia es la
que hubiese querido leerle a mi posible hija, si es que algún día
la tuviese. Pero decidí que no seré padre, eso sí, esta historia
será leída a cada una de las sobrinas que tenga y a cada uno de los
sobrinos que tenga también. Porque ya va siendo hora de que dejemos
de creer en el mito de que tenemos que criar princesas.
Durante años,
décadas, generaciones y siglos nos hemos acostumbrado a sistemas de
transmisión de valores arcaicos que poco tienen que ver con nuestra
realidad actual. Y me refiero básicamente a los preceptos impuestos
por el machismo tradicional en los que se sigue inculcando a nuestras
mujeres a creer que son ciudadanas de tercera o cuarta clase dentro
de nuestras sociedades.
Seguimos creyendo
que el haber nacido con un pene y unos testículos nos hace más
valiosos y por lo tanto líderes y dueños de los destinos de quienes
no nacieron con ellos. Pues les cuento mis estimados congéneres,
que estamos mal. Verdaderamente mal. Desde los momentos en los que
los prehistóricos salían a cazar las bestias (bajo el precepto de
que debían ser los más fuertes y aptos), las mujeres iniciaron
elementos de investigación y recolección de datos que les
permitieron catalogar las bayas comestibles de las venenosas. Las
mujeres desarrollaron elementos como la alfarería y la
domesticación; las mujeres desarrollaron elementos como la
hilandería, las artes y la transmisión del conocimiento. En las
grandes culturas mesoamericanas y del área andina se cuenta con
registros sobre grandes monarcas y líderes de sus comunidades en
dónde el arte y la tecnología florecieron (y las palabras monarcas
y líderes deben ser leídas en femenino en esta oración). Pero
como muchas cosas y situaciones en este mundo, estas fueron robadas a
las mujeres por los hombres. Nos hemos apropiado descaradamente del
trabajo que han hecho las mujeres sin darles ni el crédito ni la
participación que merecen.
Pensadoras y
científicas han logrando colarse en los mundos dominados por los
hombres y se les laurea. Pero no deberíamos premiarles por ser
mujeres, sino por ser mentes y manos brillantes que tienen las mismas
oportunidades que cualquiera de los hombres para alcanzar esas cimas.
Pero no es así. El Instituto Nacional de Estadística establece en
su conteo para el 2011 (vea usted que incluso en esto estamos
atrasados) que el 76.5% de la población está alfabetizada y que del
total de mujeres, solo 70.4% está alfabetizada mientras que el 83.5%
del total de hombres lo está. Y de ese dato podemos partir para
dilucidar cual es la cantidad de mujeres que tienen acceso a la
educación, a los puestos de trabajo con remuneración equitativa a
la carga de trabajo y demás en esta sociedad. ¿Cómo esperamos que
nuestras niñas y jóvenes tengan la oportunidad de colarse en estos
mundos si no les permitimos formarse desde sus edades más tempranas?
¿Cómo esperamos que alcancen los sueños que puedan desarrollar si
no les brindamos las mismas oportunidades? ¿O es que acaso seguimos
creyendo que las mujeres solamente deberían dedicarse a buscar un
esposo, dedicarse a sus hijos y encerrarse en sus casas?
Seguimos criando
princesas. Seres que se auto denominan frágiles y necesitadas de un
príncipe encantador (que resulta siendo el peor de los ogros) que
las rescate de su terrible situación para convertirlas en esclavas
en otra jaula. Desde pequeñas programamos a nuestras niñas a
limitar sus opciones de futuro a ser madres y amas de casa. Porque
desde niñas reciben una programación en la que deben cuidar bebés
de juguete, cambiar pañales, dar pachas y llevar bebés artificiales
en carritos. Se les regalan vajillas y trastesitos, juegos de té y
casas de muñecas. Las vestimos de rosado y con moñitos y dibujos
de princesas que no pueden ser ellas mismas sino es al lado de un
hombre que las complete. En la televisión ven programas en donde
las mujeres que aparecen en muchos dibujos animados son lindas y
amables princesitas que dependen de hombres. Raramente existen
figuras femeninas que se presenten como cualquier otra opción que
pueda mostrarles a estas niñas que pueden ser lo que quieran ser.
Que pueden soñar alto y alcanzar lo que desean con esfuerzo y deseo.
¿Acaso nos da tanto miedo y lastima tanto nuestro ego como machos
de la especie que una hembra sea lo suficientemente fuerte y capaz
que nos dirija? ¿Tanto nos preocupa seguir embonando en el mismo
molde que hemos perpetuado durante siglos? ¿Tan mala es nuestra
programación como hombres que se nos ha cultivado tanto el orgullo
que no da paso a que aprendamos de alguien más, mucho menos de una
mujer?
Pero no somos solo
nosotros, los machos de la especie, quienes perpetuamos ese molde.
Nos hemos vuelto tan capaces y hemos perfeccionado tan bien la
mentira que incluso las mismas mujeres transmiten el molde y se
aseguran que sus congéneres sigan limitando su visión y no se
desenfoquen del camino que alguien urdió para ellas.
Nos sorprende que
haya candidatas que desean lanzarse a cargos públicos por su
condición de mujeres. Debería sorprendernos que fueran personas
honradas y dignas las que se lancen, no que sea una mujer o no. Nos
sorprende que haya mujeres empoderadas que lideran compañías de
tecnología o que manejen incubadoras de negocios que manejan
millones de dólares al año en este país. Y ya saben a quienes me
refiero. Pero no debería ser así. Nos debería sorprender que
sean personas con la cabeza bien abierta, las ideas bien grandes y el
valor bien puesto para hacerse cargo de esos programas. No que sean
mujeres. Porque no debería sorprendernos que una condición
genética haga que tengan lo que tengan. Si al final de cuentas
somos tan capaces los unos como las otras. Pero lastimosamente no
tenemos las mismas oportunidades y pareciera que nos empecinamos que
no se tengan.
Con el tiempo me di
cuenta que no todo está perdido y que cada vez hay más mujeres que
se salen del redil, que se escapan de la torre y que comprenden que
su valía está en ser personas y que sus capacidades las pueden
llevar a donde ellas deseen. Conozco escritoras geniales, analistas
políticas fascinantes (y no, no me refiero a la canche pendeja esa
de la Glow), arqueólogas, médicos, veterinarias, científicas y demás que me
recuerdan que existen rebeldes que hacen que mi fe en que algún día
las cosas serán diferentes sea posible. Cada una de estas mujeres
inspira historias en las que hay princesas que no quieren ser
rescatadas, que ellas mismas encontraron la respuesta al dilema de
llave de la torre y por sus propios pies tomaron el caballo y
cambiaron su destino impuesto por reinas y reyes que ni siquiera
conocieron.
Crecí en una
familia con una matriarca machista. Mi abuela era fantástica pero
machista. Pero la generación de mujeres que le continuó fue
cambiando su visión (no solo la de mi abuela sino la de ellas
mismas) hasta ser quienes son. Porque fue por ellas que ahora creo que no debemos criar
princesas, sino mujeres con las ideas y los sueños bien puestos.
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ResponderEliminarMe gustó mucho la historia y creo que deberíamos criar personas en lugar de princesas
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